Participaciones preferentes: ¿naming engañoso?

 

No cabe duda que la confusión que puede ocasionar un nombre financiero en el lenguaje común pueda costar millones de euros a una nación y algún que otro disgusto serio a los inversores, especialmente cuando se ven privados de sus ahorros de años.

En un intento por “cosmetizarlos” y positivarlos financieramente, los nombres de los productos financieros pueden generar una injusta confusión a posibles inversionistas (no entendidos) rodeados de financieros con pocos escrúpulos.  Nos referimos a las participaciones llamadas “preferentes”.

Estas pueden cobrar dividendos preferenciales (y son los primeros) si las cosas van bien (es decir si hay beneficio). Pero aún con un nombre tan atractivo y considerado alguien se olvidó de explicar porqué se remuneran más y de que también tienen más riesgos o limitaciones. El dividendo no se garantiza y puede darse sólo si hay beneficios, son títulos perpetuos (no siempre se recupera la inversión), no son siempre líquidos, son los últimos acreedores en cobrar si hay liquidación (por detrás de los acreedores normales), etc. Ahí es nada. Es decir en casos de crisis (algo que nadie nunca quiere prever) las preferentes son los primeros productos en verse perjudicados. A pesar de tan atractivo nombre, son de alto riesgo. Y esto no es justo ni honesto para pequeños ahorradores que es todo lo que tienen tras años de trabajo. El nombre de preferentes queda pues como “eufemismo financiero” frente a la realidad y el riesgo económico inherente al producto. Este nombre es además un riesgo reputacional con efecto boomerang para las instituciones.

Bajo el atractivo nombre de “preferentes” pequeños accionistas se pueden haber visto deslumbrados. Desde luego, en nuestra opinión, debería haberse bautizado de una forma más clara, honesta, real y menos engañosa. Hay pequeños accionistas muy preferentes, pero que, “atrapados” en la preferencia, son los últimos en todo. No pueden disponer de su dinero. La confianza que se dieron a los “profesionales” de la inversión, unido a un nombre impreciso y deslumbrante en un momento de expansión, han hecho que la broma cueste hoy miles de millones de euros.

La afectación: concretamente casi 1 millón de perjudicados y casi 20.000 millones de euros captados entre 2009 y 2010 (cuando además se sabía que los bancos entraban en crisis y que eran productos de alto riesgo, según avisos de la misma CNMV…). Un auténtico fiasco nacional.  Vivimos ahora en parte las consecuencias de lo costoso que puede ser un mal naming (o los eufemismos…). Una broma cara que, comenzando por su nombre, si se hubiese bautizado bien, hubiera ahorrado muchos sustos de los que hoy pasan miles de pequeños accionistas.

La asociación ADICAE, presenta  las preferentes abiertamente como fraude y estafa. Las ventanas de posible liquidez rondan los 5 a 10 años (!), algo impensable para nuestros jubilados y mayores, que se ven privados de sus ahorros cuando más lo necesitan y cuando más suben los impuestos. Benditas participaciones preferentes. Un nombre ahora maldito que traiciona la credibilidad y honestidad de todo un sector afectado por él.

“La letra con sangre entra…”, decían. Moraleja: también las organizaciones de consumidores y los reguladores deben vigilar por el buen naming junto a toda la letra pequeña de los operadores: como mínimo que sea honesto y no confunda. Las consecuencias económicas de no hacerlo están hoy a la vista. El naming debe ser profesional y responsable, también el financiero.

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