La Caramba, Raquel Meller, Imperio Argentina, doña Concha, la Faraona, Manolo Caracol, La más grande, Manolete, Finito de Córdoba, Jesulín de Ubrique… muchos son los artistas y toreros que han recurrido a los nombres artísticos y a los sobrenombres. Y estas denominaciones se han convertido en marca identificativa de cada uno de ellos. Pero, ¿qué hay detrás de esos heterónimos?, ¿y de los apodos?, ¿se comportan igual en la actualidad que en sus orígenes?
Todo artista que se precie es consciente de que uno de los elementos clave a la hora de triunfar en el mundo del espectáculo es tener un buen nombre artístico. Un nombre que refleje las óptimas características del artista y que, a la vez, las irradie y se convierta en marca de fácil reconocimiento por el público general. Pero, ¿cómo se han comportado los nombres artísticos en el mundo de las tonadilleras? ¿Y en el ámbito de la torería?
De la Caramba a Imperio Argentina: los orígenes y características
Diminutivos, sobrenombres recibidos en referencia a cuadros famosos, apodos que hacen referencia a alguna expresión o característica física, heterónimos (nombre de persona distinto al propio) con acento alemán, conjunción de dos alónimos (o heterónimos) de divas para crear un tercer nombre para una tercera diva son los casos más interesantes de comportamiento de los nombres desde las primeras tonadilleras del siglo XVIII hasta, aproximadamente, la Guerra Civil española.
La primera tonadillera de la que se tienen noticias es María Antonia Vallejo Fernández y fue la exclamación con la que finalizaba sus tonadillas la que pasó a convertirse en marca personal y en su nombre: la Caramba; fue tan famosa que hasta el Diccionario de la Real Academia hace referencia a ella en la entrada de esta expresión, en alusión a un tipo determinado de peinado.
Ya en el siglo XIX, mediante el diminutivo del nombre de pila de Consuelo Portela, se conoció a la Chelito, famosa cupletista decimonónica. Por su parte, a Consuelo Bello Cano, conocida como la Fornarina, recibió ese nombre de manos del periodista coetáneo Javier Betegón que escribía en el diario La Época. Betegón la comparó, por su belleza, con el famoso cuadro homónimo de Rafael y con ese sobrenombre se la conoció en su fugaz carrera artística que duró tan solo quince años.
El caso de Agustina Otero Iglesias, la artista española de reconocido prestigio en la Belle Époque francesa, es interesante (y al parecer bastante común) porque es la primera a la que se le conocen dos nombres: el heterónimo Carolina Otero y el sobrenombre la Bella Otero, este último con mayor difusión internacional.
Contemporánea fue también Francisca (Paca) Marqués López, conocida en sus inicios como La Bella Raquel, que acabó por utilizar el alónimo con el que tuvo fama mundial Raquel Meller, nombre con sonido alemán, al parecer en recuerdo de un amor que tuvo de esa nacionalidad.
Por otro lado, el comportamiento de los nombres artísticos de Magdalena Nile del Río, Imperio Argentina, también presenta particularidades. La joven Malena inició una gira con su familia con el sobrenombre de Petite Imperio, pero cuando debutó en los escenarios españoles en 1924 fue amadrinada por Encarna López Júlvez, conocida como la Argentinita, que trabajaba con García Lorca, y fue el escritor Jacinto Benavente, gran aficionado a la farándula, el que, al ver actuar a la Petite Imperio, comprobó que estaba a la altura de las dos grandes divas del momento: Pastora Imperio y la Argentinita. Así que renombró a Malena con el nombre artístico de Imperio Argentina.
De la Guerra Civil a la actualidad: diminutivos, autónimos y epítetos a tutiplén
Por contra, a partir de los años convulsos de la Guerra Civil, incluso unas décadas antes, los nombres artísticos empezaron a comportarse de diferente forma. Abundaron los casos de autónimos, esto es, el nombre y apellido verdaderos del artista, sin más, eso sí, solo un apellido; también encontramos casos en los que los nombres propios se convierten en diminutivos para marcar la cercanía con el público y algunos casos esporádicos en los que se recurre al heterónimo.
Ahora bien, a partir de los años 40, 50 y 60 hubo una eclosión nacional en el uso de expresiones calificativas y epítetos que encumbraban a la tonadillera al Olimpo del reconocimiento e, incluso, se percibe un cierto pique en ver qué expresión enaltece más a la artista.
A Concepción Piquer López se la conocía como Concha Piquer, doña Concha o La Gran Señora de la Copla; Miguel Frías de Molina fue Miguel de Molina; Juana Reina Castillo era en los escenarios Juanita Reina, La Reina de la Copla o doña Juana; María Dolores Flores Ruiz fue Lola Flores, la Faraona; Manuel Ortega Juárez fue Manolo Caracol, pareja artística de la Faraona en sus inicios y Rafael Antonio Salazar Motos fue Rafael Farina, entre otros muchos.
Pero la que sin duda recibió más calificativos de este calibre, en concreto seis, fue María del Rocío Trinidad Mohedano Jurado, conocida como Rocío Jurado o La más grande, la Chipionera, La Insuperable, La Niña de los premios, La voz de España y la Señora de la Copla, ahí es nada…
Los apodos de los toreros: ¿quí tindrí li i?
En los nombre de los toreros es muy frecuente, para facilitar el reconocimiento (o popularización) del individuo, la utilización de apodos o motes, porque ha sido una profesión que ha tenido una época de esplendor durante muchas décadas y entre tanta espada se necesitaba un fácil reconocimiento.
Así, esos apodos han acabado transformándose, sin duda, en la marca personal del torero y tal ha sido así, que hasta el nombre ha pasado a denominar algún lance que otro, como por ejemplo Manoletina de Manolete, Chicuelina de Chicuelo o Lopecinas de Julián López, el Juli.
La temática de estos sobrenombres es muy variada y van desde gentilicios, diminutivos, cualidades físicas, animales y vegetales, fenómenos atmosféricos, profesiones hasta, incluso, personajes históricos y, además, en algunos de estos motes conviven más de una temática. Veamos solo unos pocos ejemplos:
- Procedencia u origen del torero:
—Manuel Bénitez Pérez, el Cordobés.
—Jesús Janeiro Bazán, Jesulín de Ubrique.
—José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla. - Diminutivos, abreviaturas o apócopes:
—Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, Manolete.
—Francisco Rivera Pérez, Paquirri.
—Julián López Escobar, el Juli.
—David Fandila Marín, el Fandi.
—Rafael Camino Sanz, Rafi Camino. - Aspecto físico:
—José Nelo Almidiciana, Morenito de Maracay.
—Alfredo Covilla Licero, el Rubio de San Diego.
—Juan Serrano Pineda, Finito de Córdoba. - Fenómenos atmosféricos:
—Manuel del Pozo, Rayito hijo.
—Julio Gómez Cañete, Relampaguito. - Personajes históricos:
—Juan Antonio Ruiz Román, Espartaco (hijo).
Nos llama la atención la abundancia de íes en la mayor parte de los apodos: Jesulín, Paquirri, el Juli, el Fandi, Rafi… posiblemente con un claro valor apreciativo o afectivo, pues no deja de ser una forma de acercar el torero no solo a su contexto artístico, sino también al de sus seguidores.
Dicen, los que saben del toreo, que últimamente la tendencia ha cambiado y apenas hay toreros con apodos, para reconocerlos solo es suficiente con su nombre y apellido: Francisco Rivera, José Tomás, Enrique Ponce, entre otros, porque el número de toreros que practican la torería se va reduciendo debido a que la crisis también ha afectado al sector.
Queda patente, pues, que el comportamiento de los nombres artísticos y de los apodos con los que se conocen a las tonadilleras y a los toreros también sufre la influencia de las tendencias, pero todos y cada uno de esos nombres son la marca personal y memorable de quien los pasea, ya sea en los escenarios o en los ruedos ¿o no es verdad?