¿Eufemismos o nombres políticamente correctos?

Naming y creación de nombre de marca para Vivaris

A partir de ahora, los imputados pasan a llamarse investigados, según el Proyecto de Ley de Enjuiciamiento Criminal. Este hecho puede conllevar un cambio en la percepción de la persona que comete un delito, pudiendo diluir la gravedad del hecho en cuestión.

El uso de eufemismos para enmascarar hechos o acciones que pueden resultar poco populares tiene en la política y en el terreno jurídico el campo de cultivo más extenso. En los últimos tiempos, con la irrupción de la crisis y coincidiendo con una de las escaladas de descontento social más significativas, los medios de comunicación se han hecho eco de multitud de expresiones y denominaciones que dejan transpirar un halo de enmascaramiento de las verdades más incómodas.

Hablar de la crisis en términos de “desaceleración” o “recesión”, acuñados por el anterior presidente del Gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero, es un claro ejemplo del trabajo de adecuación al discurso para transformar una situación muy problemática en un ligero inconveniente. Otros términos que se utilizaron al principio de la crisis económica fueron “reajuste” o “coyuntura negativa”.

No hace falta recordar cuáles fueron las reacciones de la ciudadanía al uso de tales eufemismos. Por este motivo cabe reflexionar sobre el uso indiscriminado de este tipo de recursos y las reacciones que puede provocar en los receptores del mensaje.

Pero, ¿qué se considera eufemismo y para qué se utiliza?

Proveniente de un vocablo del latín, el término eufemismo hace referencia a una manifestación decorosa, cuya expresión más directa y franca sería muy dura o sonaría mal. Se refiere a un concepto que sirve para reemplazar a otro más ofensivo, vulgar o hasta tabú; se considera que el utilizado es el adecuado por ser políticamente correcto. Esto significa que la utilización de un eufemismo impide chocar con el interlocutor al decirle algo que, de otra forma, podría ser intolerable para él.

Uso y abuso

Entendiendo el eufemismo como un recurso para construir un discurso social  políticamente correcto, a priori no debería extrañarnos su uso institucional como garantía de orden social y prevención de pánico y alarmismo.

Ahora bien… ¿cuántos tonos de maquillaje en el discurso podemos permitir los ciudadanos de a pié, y cuáles pueden ser las consecuencias?

Por poner algunos ejemplos, el mismo  presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, recurrió a la expresión “reformas estructurales” a la hora de hablar de los recortes que estaba acometiendo. ¿Qué efecto causaría tal expresión en parados o personas dependientes?

Muy similar fue la expresión usada por la vicepresidenta  Soraya Saénz de Santamaría, al referirse a un tema tan espinoso como la subida de impuestos al calificarlo de “recargo temporal de solidaridad”.

La lista sigue. En Cataluña, el equipo de comunicación de Artur Mas calificó de “ticket moderador sanitario” al mal llamado también por los medios de comunicación copago.

¿Y qué decir de la fórmula utilizada por Luis de Guindos a la hora de hablar del rescate? “Préstamo en condiciones muy favorables” y “apoyo financiero” sirvieron al ministro de Economía para presentar los 100.000 millones de euros que el Eurogrupo puso a disposición de España.

Daños colaterales

No obstante, no hay que menospreciar en ningún momento la capacidad de reacción y expresión de las voces más críticas de la sociedad a través de la red. Muy criticada en las redes sociales fue, por ejemplo, la desafortunada denominación de la inmigración juvenil por falta de empleo: “movilidad exterior”.

“Moderación salarial”, “indemnización en diferido”, “novedad tributaria”…

Éstos y muchos otros casos ejemplifican que la construcción de determinadas denominaciones exige un proceso de análisis de su forma, notoriedad, y consecuencias emocionales en el público al que van dirigidas. En caso contrario, las consecuencias pueden ser nefastas para la persona, partido o institución creadoras del término.

Trabajo de cambio

Está claro que el uso de tales recursos de “dulcificación” recaba una clara intencionalidad, un objetivo de cambio de percepción en el gran público.

Las connotaciones jurídicas, morales y sociales sobre el arte de la creación de eufemismos las dejamos a vuestra reflexión; no obstante, a nivel de creación de nombres, cabe destacar el trabajo en la sombra realizado por los técnicos de las administraciones. En el caso que nos ocupa al principio del artículo, el éxito del cambio de “imputado” a “investigado” puede depender en parte de la forma como se nos vaya presentando este término en los medios, de la suavidad y la idoneidad de su aplicación, y de los recursos destinados a restar importancia a tan substancial cambio lingüístico. Esto representa una de las bases en un proceso de cambio verbal: ¡la estrategia!

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