La tecnología (los dispositivos móviles o portables) y el uso creciente de internet (redes) están revolucionando permanentemente muchas cosas, entre ellas nuestro propio lenguaje. Palabras como bloguero, sms, chatear, frikie, tuit, USB y hasta el espanglish fueron aceptados recientemente y con un significativo retraso por nuestra Real Academia Española (RAE), cuando ya eran -desde hace años- vox populi. De hecho, la RAE puede tardar en analizar e incorporar las nuevas palabras hasta cinco años por sus 22 academias nacionales… Ahí es nada.
Mientras tanto, la tecnología está haciendo crecer los anglicismos a una escala y velocidad vertiginosas. Frente a la castellana, la lengua inglesa parece siempre más viva, es más cercana a su gente, más dinámica, ágil, rápida, avanza más y se acepta con mayor facilidad. Está mejor conectada con sus gentes.
Las academias de la lengua española (22 en total con la latinoamericana) van notablemente más lentas y por detrás de lo que ya son hechos consumados. Y es que la lengua inglesa juega con ventaja: la I+D es mayormente anglosajona y sus nombres parten ya desde su gente y sus hábitos, su forma de comercialización, usando nombres técnicos o los propios nombres de sus marcas. Son denominaciones útiles a la gente de hoy y definen bien lo que pretende.
A este fenómeno se añade al cierre del 2013 el término selfie, los autorretratos hechos con dispositivos móviles, que según el Oxford Dictionary ha sido la palabra definitoria del año 2013, con estadísticas probatorias ya cerradas: subió un 17.000% respecto al año anterior e invadió las redes.
Acuñado por vez primera en 2002, el 2013 ha supuesto el bombazo del nombre selfie en el mundo.
Selfie, también un fenómeno artístico.
Hasta el mismo Papa sucumbió al fenómeno de ver, ser visto y compartir.
El lenguaje, la imaginación y la experiencia vivida por millones de usuarios es inagotable, inmediata y avanza rápido con ellos mismos.
Si la lengua castellana no se pone en marcha pronto y recupera la iniciativa para funcionar más rápido y mejor, nos tememos que perderá el tren del lenguaje en cada vez más campos, dejándonos en el pasado con anacronismos meramente académicos o culteranismos incomprensibles y desconectados de la sociedad.
¿De qué sirve preocuparnos por los gayumbos durante años,… o redescubrimos el escrache argentino, ahora hecho español?
Debería haber prioridades, momentos y más reflejos para responder a los cambios que demandan las personas para comunicarse de una manera eficaz, fácil y rápida. A través del lenguaje, la misma marca España también está en juego (¿se acuerdan de la Macarena que como canción y tópico dio la vuelta al mundo?).
La gestión de los términos y los nombres pueden ayudar a superar un gap que está arrastrando nuestra capacidad de conexión, respuesta y pertenencia a una comunidad cada vez más global y unificada.