Shadow banking: el nombre de la otra banca

En el terreno del naming, uno de los campos que más juego da es el de la terminología financiera. A raíz de los constantes cambios económicos y financieros de la era que nos ha tocado vivir surgen nuevas prácticas y, por ende, nuevos términos que otorgan notoriedad, potencia, y a veces, confusión o desconfianza hacia el producto, práctica o servicio en cuestión.

Hay denominaciones que llevan implícitas un halo de misterio, como por ejemplo el caso que nos ocupa, el shadow banking o banca en la sombra.
A raíz de nuevas necesidades económicas surge este movimiento para dar cobertura financiera allá donde no llegan las entidades bancarias tradicionales. Pero, ¿qué es exactamente el shadow banking?, ¿qué se esconde tras este misterioso nombre y cuál es su origen? ¿Es conveniente referirse al ya de por sí desprestigiado sector de la banca con un nombre percibido a priori como oscuro y opaco?

La banca en la sombra o sistema bancario en la sombra (en inglés, shadow banking system) es el conjunto de entidades financieras, infraestructura y prácticas que sustentan operaciones financieras que ocurren fuera del alcance de las entidades de regulación nacionales. Incluye entidades como hedge funds, fondos del mercado de capitales, y vehículos de inversión estructurados (SIV por sus siglas en inglés), nombres y conceptos todos ellos dignos de estudio per se.

El término fue acuñado en 2007 por Paul McCulley, un alto ejecutivo de PIMCO, (una gran gestora de activos), para describir las estructuras jurídicas utilizadas por los grandes bancos occidentales con el fin de mantener los préstamos opacos y complicados fuera de sus balances, pero ahora se utiliza generalmente de manera mucho más amplia. El Consejo de Estabilidad Financiera, un organismo de control internacional creado para protegerse de las crisis financieras, define banca en la sombra como «la intermediación de crédito con entidades y actividades fuera del sistema bancario normal», en otras palabras, los préstamos otorgados por lo que no sea banca.

Aunque por el nombre shadow banking se podría asociar a algo más bien clandestino, este tipo de actividad financiera no regulada mueve cantidades ingentes de dinero. En 2011, estaba valorada en 17,5 billones de euros en Estados Unidos, 16,8 billones de euros en la eurozona y 6,8 billones de euros en Reino Unido.

Pero, ¿influye el nombre shadow banking en la percepción de riesgo por parte de los inversores?

Todo depende del significado que atribuyamos a la palabra ‘sombra’, a lo que esta nos evoque y nos transmita: ¿algo discreto, fresco y misteriosamente atractivo? Si así fuera, problema resuelto… ¡A invertir y arriesgar, que son dos días!
Por el contrario, ¿algo oscuro, opaco y desconocido? Quizás no sería el concepto más apropiado para un entorno financiero, si lo que se busca es transparencia. Por tanto, esta oscuridad y opacidad podrían generar sensación de riesgo para los inversores y propiciar un coto de caza para las autoridades financieras.

Y es que con el dinero no se juega… ¿o sí?

No sería la primera vez que asistimos a la creación de un concepto desafortunado en el terreno económico; recordemos el famoso banco malo o los fondos buitre. Al hablar de conceptos relativamente complejos para los profanos en la materia, no resulta complicado generar desconfianza en el gran público usando términos ambiguos, confusos o simplemente eufemismos que a posteriori sirvan para generar un clima de malestar social generalizado (véase las preferentes).
Los valores que transmite el nombre deberían ser coherentes con las circunstancias que lo rodean. Este factor puede ser determinante en el éxito a medio o largo plazo, tanto del sistema que lo fundamenta como de las entidades que en él operan.

¿Es el shadow banking la banca que nos espera? ¿O por contra podría resultar la gota que colme el vaso en el descontento social, resultando en catalizador de algo parecido a la revolución bancaria islandesa? A riesgo de parecer catastrofistas, planteamos desde aquí la necesidad de, como mínimo, realizar un esfuerzo de naming por parte de las entidades pertinentes a la hora de denominar o acuñar conceptos que revistan cierta importancia a nivel económico y/o social.

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